Ivonne
Hacía casi tres años que no visitaba la morada de Ètienne que, inmerso en sus propios asuntos, había relegado nuestros encuentros a las ocasiones, a veces escasas, en las que visitaba el club, casi siempre en fechas de fiestas de calendario. Cada vez parecíamos más una pequeña familia que vive dispersa de en geografía.
Sentado a mi derecha, mi amigo parecía disperso en sus pensamientos, mientras yo admiraba la exquisita decoración de la estancia principal del castillo. Bueno, en realidad era un antiguo convento español rehabilitado y reconstruido en parte al gusto del vampiro hasta asemejarlo a un pequeño castillo. Conseguirlo fue toda una epopeya en la que Ètienne no escatimó dinero ni esfuerzos hasta conseguirlo.
No recuerdo el título de la película que estábamos viendo en la televisión de la casa de campo cercana a Chicago, alojamiento que llevábamos compartiendo varias décadas, casi desde nuestra llegada a los Estados Unidos huyendo de la guerra europea.
La película me aburría y había dejado de prestarle atención, cuando mi amigo se levantó como empujado por un resorte, pausó la imagen en el reproductor de vídeos, se acercó al televisor y allí se quedó clavado observando lo que yo no llegaba a comprender, porque sólo veía lo que a mi me parecían ruinas en paisaje abierto. Algo muy distinto debía de estar viendo o imaginando mi amigo, porque sin mirarme siquiera exclamó en voz alta.
- Yo voy a vivir allí.
Esa misma noche empezó a hacer investigaciones, llamadas telefónicas, envió cartas a los estudios de grabación preguntando por la localización de exteriores, hasta que en un par de semanas consiguió la información deseada. Resultó que el edificio pertenecía a un anciano que se mostró encantado cuando mi amigo le ofreció comprarlo. Le explicó a Lestat su situación. A su edad avanzada, vender ese edificio que no le aportaba más que gastos, era su mejor opción para asegurarle un futuro a su nieto Carlos, que vivía a su cargo desde que se había quedado huérfano.
El hombre se hallaba tan dispuesto a llevar a cabo la venta, y se habían entendido tan bien con el vampiro que incluso se ofreció a encargarse de la gestión de las obras y de buscarle un alojamiento que cumpliera las extravagantes exigencias de mi amigo hasta que pudiera trasladarse a lo que desde entonces es su castillo.
Siempre me llamó la atención que el anciano nunca sospechara de la naturaleza de Ètienne, tantas noches como pasaron hablando de planos, trabajos, muebles y equipamiento. Tampoco sospechó de mí, cuando un año después de su traslado, mi amigo me llamó para pedirme que me fuera con él a Los Ángeles, que se le había ocurrido una idea genial a la que yo no me podría negar. Un vuelo nocturno y meses más tarde nació mi club.
Un regalo de la vida fue Carlos cuando, siendo ya un adolescente, se presentó en casa de Ètienne la noche siguiente al entierro de su abuelo, y tomándolo por sorpresa le dijo sin pausa ni para respirar.
- Se quién eres tú y lo que es Ivonne, llevo años observándoos. No me importa, no es asunto mío. Mi abuelo en su demencia senil de las últimas semanas llegó a confundiros con mis padres, y en realidad sois lo más parecido a una familia que yo he tenido. Su enfermedad ha mermado nuestros ahorros y soy demasiado joven para ganarme la vida. Si me acoges en tu castillo seré tu servidor para lo que necesites, tan fielmente como lo fue mi abuelo.
Un ruido del exterior me despertó del recuerdo devolviéndome a la realidad de la estancia donde mi amigo seguía ensimismado.
- Menos mal que hoy no es noche de luna llena – exclamé para romper el silencio y atraer la atención del vampiro, que tardó en reír la intención de mi chiste.
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