Ivonne
- Son perlas auténticas talladas – le aclaré a Louis en cuanto Lestat nos dejó solos. Había observado como miraba mis colmillos y disipar sus dudas era buena opción para entablar conversación.
- Perdóname, no quería incomodarte – se disculpó él, y se le veía sinceramente apurado. Si hubiera podido manifestarse su rubor, se habría puesto colorado como un tomate.
- Tranquilo no hace falta que te disculpes, es una aclaración que he tenido que hacer muchas veces. - continué mi explicación sin esperar más preguntas – Es una simple prótesis que se sujeta con unos mínimos ganchos de oro.
- ¿No tienes colmillos retráctiles? - Louis estaba muy sorprendido, no podía entender mi carencia.
- No, ya ves, el principal atributo de un vampiro, pero yo carezco de ellos. - para no dar paso a más dudas, empecé a banalizar la cuestión. - Durante demasiados años su falta me daba un aspecto desdentado que me avergonzaba, pero cuando llegué a París un artesano, cliente del bar donde trabajaba de camarera, me fabricó mi primera prótesis de porcelana. Hace cinco años un vampiro amigo me regaló estas joyas – abrí mi boca en sonrisa franca para que fueran bien visibles – y ahora luzco mis colmillos sin complejos porque me encantan.
- Te quedan muy bien - admiró Louis finalizando el tema. Agradecí su discreción, si sentía curiosidad por conocer el origen de mi pérdida, se la guardó para él.
En ese momento, Lestat volvió a la estancia acompañado de Carlos y Víctor, portando bandejas con deliciosos canapés, brochetas surtidas y una ensalada de aguacate y cítricos, que fueron dejando sobre la mesa. Detrás de ellos Estrella apareció llevando con orgullo una selección de su postre favorito, profiteroles de chocolate. Era lista esa mujer. Había previsto que la cena resultaría extraña mezclando personas que comen con los que no necesitábamos alimentarnos, y había preparado un menú de picoteo para que cada uno se sirviera y se sentara dónde quisiera.
- ¿Qué? ¿ya te ha contado lo de sus colmillos? - le preguntó Lestat a Louis, y sin esperar su respuesta que ya conocía porque había oído la última frase de la conversión y había adivinado el tema, se dirigió a mí con la más pícara de sus sonrisas. - yo creo que ese vejestorio de míster Smart quiere algo de ti.
- Sabes muy bien que sólo es un amigo – expliqué mirando con dureza a Lestat – Un vampiro amable que frecuenta mi club. De vez en cuando me hace algún regalo para agradecerme las muchas horas que hemos compartido en conversaciones de barra en mi club.- para que mi amigo no se quedaran sin castigo por su maliciosa observación añadí – Lestat habla así porque tiene celos. Por alguna tóxica razón considera mi amistad de su propiedad, y no le gusta que nadie más me haga regalos.
El vampiro empezó a teatralizar sentirse herido por el disparo de mi flecha, pero lo corté haciendo gala de mis dotes de mando.- Déjalo ya, payaso, y empieza a actuar de anfitrión. Presenta a tus invitados y serviles unas copas, que yo voy a preparar mis cócteles para nosotros.
Me obedeció y empezó a preparar tres vermúts al estilo español – pero me vais a permitir que no os presente todavía, mi último invitado que está a punto de llegar y así no me repito – se disculpó.
Louis estuvo observando como preparaba mis cócteles con suspicacia, no sabía qué era el granulado que estaba vertiendo en las copas a las que añadí el vodka que hidrató la mezcla. - Un estupendo Bloody Mary de vampiro – le ofrecí, pero él rechazó la copa con la mano - no bebo sangre humana.
- Yo tampoco – lo tranquilicé – no es más que sangre de conejo liofilizada con un estupendo vodka y una pizca de sal.
- Entonces acepto encantado.
Cogió mi copa con un gesto de brindis, y en su mirada pude notar que le había complacido saberme una igual. Con el rabillo del ojo observé que Lestat nos miraba con el ceño fruncido, parecía que no le hacía ninguna gracia nuestra naciente camaradería. Seguro que eran celos, iba a tener que procurar no provocarlo, me sentía muy a gusto y no quería problemas.
- Ivonne va a acabar con la plaga de conejos de los alrededores, es una magnífica cazadora – Lestat se sentó a mi lado y apretó con dos dedos mi rodilla derecha, gesto que sabía me iba a molestar, pero no me dio tiempo a protestar porque el timbre sonó y mi amigo se levantó como impulsado por un resorte.
- ¡Ya está aquí! - encaminándose a la puerta se volvió un instante para dirigirse a los humanos – vosotros tranquilos, que ya le he advertido de vuestra existencia y sabe que se tiene que comportar.
- Estrella, siéntate a mi lado – le pedí a la doncella palmeando el hueco de asiento que acababa de dejar Lestat – y vosotros también, sentaos en los sillones, que no se ué hacéis todavía de pie.
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