Ivonne
Cuando Lestat volvió al Salón, Louis y yo acabábamos de unirnos a la mesa junto a los criados que en silencio habían empezado a cenar. El anfitrión ocupó una de las dos sillas vacías sin mirarnos, cabizbajo parecía tan desilusionado como avergonzado. Yo sabía que era mejor esperar a que se recuperara, así que cogí uno de los profiteroles de chocolate de la bandeja más cercana y empecé a mordisquearlo. Evidentemente los vampiros no necesitamos alimentarnos, pero eso no nos impide degustar pequeños manjares de nuestro gusto para recordar sabores apreciados. No solemos hacerlo, pero esta noche era especial, a mi me encanta el chocolate, y estaba segura de que no iba a engordar.
- Yo creía que el invitado sorpresa iba a ser Nicolas.
Louis se había decidido a romper el incomodo silencio, pero no acertó con la pregunta que nos había sobresaltado a Lestat y a mí. Quizás era a mi amigo a quien le correspondía contestar pero, dado su estado, fui yo la que me decidí a hablar.
- No sabemos nada de él desde que nos vinimos a América.
- ¿ Y eso?
La curiosidad de Louis estaba justificada, conocía la gran amistad entre ellos. Miraba a Lestat inquisitivo, pero este seguía sin hablar, así que le conté yo la historia.
- Cuando en Junio de 1940 los alemanes invadieron París, la ciudad era un caos, y nuestra seguridad peligraba. - Louis asentía con la cabeza, yo no sabía dónde vivía él en aquella época, pero toda la vieja Europa estaba resentida. - Necesitábamos salir de ahí. Encontramos la ocasión de viajar hasta América de forma segura, pero a Nicolas le dio en el último momento un ataque de patriotismo y decidió quedarse para unirse a la resistencia clandestina, afirmaba que nuestras características nocturnas podrían ser muy útiles.
Callé mientras recordaba la escena, las discusiones, el empeño de Nicolas en convencernos, el inevitable enfado de aquellos dos viejos amigos desde la infancia. No quería recordar este triste episodio, así que simplemente concluí.
- No hemos vuelto a saber nada de él.
- ¿No lo buscasteis después de la guerra?.
Louis seguía preguntando y yo ya no sabía qué contestar mientras Lestat seguía callado. Esta conversación me empezaba a poner nerviosa, busqué la manera de ponerle fin.
- La verdad es que estuvimos muy ocupados. Nuestro viaje había sido toda una odisea, y te aseguro que fueron muchos años los que pasaron hasta que conseguimos asentarnos en este nuevo mundo.
- Dicen que en Internet se puede encontrar todo. Si quieren yo podría intentar localizarlo – Estrella ya relajada nos ofreció su ayuda. La conversación había calmado el ambiente, y los criados cenaban mientras nos escuchaban. Es fácil suponer que ellos también debían de tener curiosidad por nuestra vida antes de conocerlos.
- No te preocupes, Estrella, no será necesario. - por fin Lestat se había decidido a hablar – Si está vivo, Aleera sabrá de él. Ya le preguntaré la próxima vez que la vea.
Por primera vez sentí pena por mi amigo. Me dolía verlo de esa manera, dependiente, ansioso por encontrar una escusa que le permitiera contactar de nuevo con la vampira impertinente. Me preguntaba qué tendría esa mujer que afectaba de esa manera tan tóxica a mi amigo
La voz de la doncella había evidenciado la presencia de los criados y esta vez Louis estuvo muy acertado cuando sugirió que era el momento de que los presentáramos.
- Carlos es mi hombre de confianza, mi amigo, mi chófer, mi secretario, mi mano derecha, mi yo humano, mi paz.
Todos los presentes sentimos la fuerza y la pasión que las presentación de Lestat había generado. El rostro del chófer brillaba con luz propia por el halago.
- Vaya resumen – Louis volvió a respirar con un soplido – me has impresionado, amigo. El problema es que me lo has dicho todo, pero no me has dicho nada.
- Los cotilleos que te los cuente Ivonne – el aludido agitó su mano despectivamente en mi dirección.
Yo me reí, no me iba a ofender con lo feliz que me sentía de ver a Lestat de nuevo en su ser.
- Al principio de llegar a Los Ángeles yo viví aquí durante casi un año, hasta que conseguí mi propio domicilio seguro, así que conozco a Carlos desde que era un crío avispado siempre escondido por los rincones, espiando, vigilando todo lo que hacíamos. - empecé mi resumen sonriendo, mirando fijamente a Carlos que me devolvía la sonrisa - Varias semanas me costó conseguir que dejara de correr en cuanto me acercaba a saludarlo. Suponía que me tenía miedo.
- No tenía miedo, solo mucha curiosidad – Carlos intervino para aclarar mi error – Hacía meses que sabía que Lestat era un vampiro, había visto películas y deducido que sus costumbres nocturnas, su retiro imperturbable al amanecer, sus continuos rechazos a invitaciones a cenar, ... si ni siquiera lo había visto nunca beber agua, … los ajos que llevaba en el bolsillo no le afectaban, cuantas tonterías dicen los libros, porque a pesar de eso el jefe de mi abuelo no podía ser otra cosa que un vampiro.
- Chico listo – admiró Lestat – nunca me enteré de tu espionaje, aunque si recuerdo ahora que al principio te notaba que olías a ajo, – el vampiro nos contagio a todos su risa, cuando se calmó le preguntó - ¿por qué no le dijiste nada a tu abuelo?
- Porque no me hubiera creído – afirmó Carlos categóricamente – sólo un niño podría tener en cuenta esta conclusión que pertenece al mundo de la fantasía, en la que no creen los adultos. Mi abuelo era un anciano entretenido en llevar a cabo los continuos trabajos que Lestat le encargaba. Creo que a su edad se sentía tan satisfecho de que su eficacia se valorara, que nunca se hubiera cuestionado el comportamiento de un jefe tan generoso. - una breve pausa y retomó la conversación dirigiéndose a mí – A él no le tenía miedo, yo le pasaba desapercibido normalmente y las pocas veces que me veía siempre me trataba con amabilidad. Lo que quería saber era si de usted me podía fiar.
- Bien pronto supiste que sí – contesté a su alusión – y trátame de tú, que así me tratabas de niño tantas noches que pasábamos juntos jugando a toda clase de juegos, o te leía un cuento en la cama para que te durmieras.
- Pero entonces, ¿tú llevas toda tu vida viviendo aquí? - le preguntó Louis incrédulo a Carlos y ante la respuesta afirmativa continuó - ¿No te cansas de esta vida solitaria?
Un clamor de risas recibió la pregunta de Louis que nos miraba a todos perplejos. Fue Lestat el que se compadeció de él.
- Este truhan tiene una doble vida perfecta. Ahí donde lo ves es un soltero muy cotizado, y no solo por su hermosura, que no dudo de que las mujeres se lo rifan, aunque sea demasiado caballero para contar sus hazañas
- Bueno ya no es lo mismo que los años no pasan en balde – se zafó Carlos del brazo con que su jefe le sujetaba los hombros.
- Diga que sí, que nosotros si sabemos de sus andanzas, y su móvil sigue sonando a menudo - le confirmó pícara Estrella a Lestat, que no renunciaba a seguir bromeando sobre su empleado.
- Y rico que debe de ser, no sólo porque yo le pago el sueldo que se merece, sino porque no dudo que un administrador listo como él que tanto me enriquece, no sepa obtener su propio beneficio – agradeció Lestat con sinceridad y concluyó – si no fuera así me sentiría muy decepcionado.
- Ninguno de nosotros es aquí un prisionero, - argumentó Víctor para echarle una mano a Carlos que empezaba a sentirse abrumado por tanta atención - muy al contrario vivir aquí es la libertad. Tenemos mucho tiempo libre durante el día, trabajamos en lo que nos gusta, tenemos un jefe generoso, vacaciones cuando nos apetece, …
- Y tenemos vida social – añadió Estrella animada con el tema. Le agradaba poder hablar de lo feliz que era su vida – Es verdad que nos tenemos amigos íntimos, no queremos despertar curiosidad ni sospechas, pero Los Ángeles es una ciudad muy grande y somos clientes asiduos en tiendas y establecimientos de diferentes barrios de la ciudad. Como le pasa a la mayor parte de los humanos mantenemos vida social por trabajo. Tengo trato con varias dependientas, y cuando necesito una amiga …
- Allí estoy yo – terminé yo su frase temiendo que fuera a olvidarse de mí, sin embargo la doncella se levantó de su silla y se acercó a darme el abrazo que yo me levanté para recibir.
Sin terminar de soltarnos seguíamos cogidas de la cintura cuando propuse que por que no dejábamos ya la sobremesa y pasábamos a sentarnos al sofá para mayor comodidad. Estrella se disculpó, ella y Víctor ya estaban cansados, preferían recoger los restos de comida de la mesa y retirarse a descansar. Era comprensible, para su horario que empezaba de mañanas era ya tarde.
- ¿Te esperan en algún sitio? - le pregunté a Carlos.
- ¿Acaso lo dudas? - me contestó guasón.
- Anda, - le pedí sonriente – déjame en mi casa de camino a tu nidito de amor, hoy no me apetece caminar, demasiados borrachos en las calles.
Cuando salí del salón, Lestat se acercaba al piano y Louis lo seguía, la noche no había terminado para esos dos amigos.