Ivonne
Siempre me reía cuando Ètienne gestualizaba esta frase, ejemplo claro de su sarcasmo. Era buen actor y sabía conducir a los espectadores por el camino que le interesaba. Recuerdo en el teatro cómo los dejaba reírse a gusto y cuando se iban calmando concluía su actuación con voz de quien no ha roto un plato en su vida: “Me limpié la sangre de los labios, fui a buscar a mis perros que aún jugaban felices, los sujeté con las correas y desaparecí del parque entre las sombras para llegar a mi mansión bien feliz y satisfecho”. Mi amigo sabía muy bien cómo provocar una nueva ovación acompañada de carcajadas.
- Eres un crack- le dije mientras me secaba una lagrimita de risa. Hacía un momento que ya habíamos detenido nuestro caminar - creo que siempre me reiré cuando cuentes esta historia.
- Bueno, pero no está terminada- alegó Ètienne - falta tu parte, falta que cuentes nuestro encuentro.
- Eso no formaba parte de la actuación - me excusé - yo sólo lo contaba entre amigos.
Llegó ese segundo de silencio que indicaba despedida.
- Además se he hecho tarde, - argumenté – el alba se acerca y a mi me apetece pasear tranquila de vuelta a casa. - mi amigo asentía, le pregunté - ¿nos vemos en acción de gracias?
- Quizás antes – me contestó mientras me besaba ambas mejillas y empezaba a caminar.
Un gesto de adiós con mi mano inició mis pasos, que dejaban atrás la velada pero no el recuerdo que bullía todavía en mi mente, porque aquella noche Parisina cambió por completo mi vampírica existencia. Siempre había sabido camuflarme entre humanos lo suficiente para librarme de la soledad sin despertar sospechas, pero por primera vez en más de cuatro siglos, había descubierto a alguien como yo, a un vampiro.
Aquella noche en cuestión yo libraba de mi trabajo de camarera en el Pigalle por descanso semanal. Había decidido salir de caza para darle un poco de acción a mi arco. Tengo muy buena puntería con esa arma y mis flechan siempre dan en el blanco. De vez en cuando me acerco al Bois de Boulogne para practicar retos más que en busca de sangre. Es una leyenda urbana que los vampiros necesitemos beber sangre para sobrevivir en la eternidad, obviamente no necesitamos alimentar nuestro cuerpo. Sin embargo admito que es un inmenso placer saciar nuestra sed de ese espeso líquido. Sentir nuestras venas repletas de ese manjar nos procura una satisfacción comparable únicamente a un orgasmo. Es por eso que muchos vampiros no controlan ese deseo adictivo y dan rienda suelta a su naturaleza, que nuestra conciencia moral admite sin reproches, pero son los menos en la actualidad, yo misma sólo cazo alimañas y aseguro que las muertes por vampirismo son mínimas comparadas con los crímenes entre humanos.
Como bien contaba Ètienne aquella noche era extrañamente solitaria. Llegué al bosque como siempre desde el oriente, me acercaba al lago cuando observé que un perro enorme estaba bebiendo agua y enseguida otro igual, pero quizás más pequeño, se le unió. Me detuve en seco, aquellos perros eran de raza, su dueño debía de estar cerca. Mi instinto de cazadora me tranquilizó, el viento me daba en la cara, yo podía olerlos, pero ellos a mí no. Agazapada tras un arbusto pude ver la escena que mi amigo acababa de narrarme fielmente. Observaba hipnotizada a ese vampiro de cabellos dorados, que parecía hablar sólo y que ejecutaba su matanza como si fuera un ritual, como si estuviera actuando. Cuando llamó a sus perros y se dispuso a abandonar el parque, lo seguí, no podía hacer otra cosa, necesitaba saber quién era ese vampiro.
Lo vi desaparecer por la puerta lateral de un gran edificio que anunciaba un teatro de variedades. Mientras estuve esperando, mucha gente corriente entró y salió por la puerta principal, pero no el vampiro que, puesto que la puerta lateral permaneció cerrada todo ese tiempo, deduje que debía de vivir allí. Yo no me había atrevido a entrar, mi traje de amazona cazadora hubiera llamado la atención, y mi instinto me decía que, si cruzaba esa puerta sin saber que me iba a encontrar dentro, mejor iba vestida de forma que pudiera pasar desapercibida.
-Ya volveré mañana – decidió mi pensamiento en voz alta.
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